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Priorizar el destino sobre el viaje puede transformar el deseo en obligación

El deseo nos impulsa,  es motivador y nos facilita el alcanzar lo que queremos; si bien, si nos fijamos con detalle, nunca lo que sucede es exactamente lo que habíamos deseado sin que por ello nos deje de reportar satisfacción. Esto sucede cuando hemos podido percibir el placer de ir haciendo el camino y hemos ido, al mismo tiempo, recogiendo sus frutos.

En otras ocasiones, sin embargo, cuando se desea algo en exceso, cuando queremos o necesitamos que suceda lo que deseamos y además de un modo determinado; este mismo deseo o impulso vital puede ser un obstáculo y se puede transformar en un imperativo que nos paralice impidiéndonos el movimiento y el desarrollo del camino en sí. El deseo se ha transformado así sutilmente en obligación.

Disfunciones sexuales-Focalización Sensorial-Deseo Sexual HipoactivoDesanudar este proceso cuando ocurre es uno de los objetivos principales que como seres humanos en relación tenemos y, por ende, forma parte del interés de todos los campos de intervención tanto en ámbitos educativos o como terapéuticos. Son muchos los sistemas relacionales a los que una persona, a lo largo de su vida, puede pertenecer, en este momento y para hablar del sutil equilibrio entre deseo y obligación, de entre todos, quiero poner la atención en el formado por una pareja.

En una relación de pareja, puede ponerse de manifiesto el deseo con fuerza y, a la vez, éste, con facilidad, puede verse afectado por esta transformación del mismo en obligación. Ante las crisis y los cambios que toda relación debe afrontar es habitual que si, por algún motivo, no se atraviesan de forma suave aumenten los miedos y disminuyan los deseos. Todo ello, en alguna medida, puede hacer que cuando los miembros de la pareja se sientan inseguros, por algún motivo, se protejan y activen sus sistemas de defensa poniéndose tensos, normativos y rígidos; alejándose, cada vez más, de lo que en realidad desean cuanto más tratan de alcanzarlo. Se necesitará restablecer la confianza y la tranquilidad para que el deseo pueda fluir de nuevo y no importe tanto el objetivo final y sí se pueda disfrutar del camino.

Podríamos decir que cuando una pareja presenta alguna problemática, tanto en lo referente a lo cotidiano como en el plano de la comunicación o en todo lo relativo al encuentro amoroso, va a ser interesante pararse un poco a revisar los deseos de cada uno y poner límite o coto a las posturas exigentes con las que cada miembro de la pareja puede estar respondiendo ante la situación crítica presente.

Poner freno a las ansiedades que crean exigencias a la vez que se exploran y se buscan las apetencias y los deseos de cada uno, teniendo en cuenta al otro, permitirá la construcción de nuevos acuerdos, negociaciones y planes recuperándose así  la creatividad y vitalidad de ambos y viéndose la relación fortalecida.

Los sentimientos son fruto de emociones y éstas tienen su fuente en el campo sensorial. Una vez que se hayan aclarado los campos de desencuentro, en lo cotidiano y en lo comunicacional, se podrá retomar lo corporal empezando por los sentidos y, en concreto, por el sentido del tacto. Junto al tacto, como sentido privilegiado en este caso, irán el resto de los sentidos; el cuerpo, en su totalidad, con sus emociones y sentimientos.

Cuando la pareja considere que es su momento, cuando les apetezca y lo deseen, podrán poner la atención de nuevo en cómo siente cada uno las caricias que recibe y las que da. El darse tiempo para sentir, el ralentizar las caricias va a permitir tomar más conciencia de las sensaciones y percibirlas con más claridad. Turnarse en el dar y en el recibir permite que se den los tiempos necesarios para que cada uno se perciba tanto en la acción como en la recepción de las mismas; exploran así lo que va apeteciendo con cada una de ellas sin preocuparse de logros, “deberías” u objetivos.

Centrarse en la experiencia en sí permite dar el espacio a las sensaciones, emociones y sentimientos que esas caricias suponen para cada persona, en ese momento concreto, quedando como secundario o difuminado el objetivo, la meta o el resultado final.

Cuando el camino en sí mismo recobra su lugar, ya no es tan importante llegar o no a la meta, la vivencia del camino merece la pena en sí mismo. Cuando el objetivo es lo que nos importa, paradójicamente, se hace imposible llegar a él quedando anulada la posibilidad de ser logrado y es que dejar que el deseo fluya supone, en cierto modo, que su consecución pase a un segundo plano.