Somos frágiles y a la vez fuertes encontrándonos con el otro en esa intersección
El trabajo terapéutico, individual o de pareja, trata ayudar a construir –en algunos casos- y a reconstruir -en otros-, en un momento concreto y desde diferentes planos, las herramientas necesarias para fortalecer los recursos y minimizar las vulnerabilidades facilitando el desbloqueo y la elaboración de la crisis.
Los efectos beneficiosos que para cada persona tiene el sentirse querida, valorada, cuidada, escuchada y atendida se van a manifestar; en un primer lugar, con la disminución de la ansiedad o la vivencia de peligro, riesgo o temor con el que normalmente se vive la crisis personal o de pareja y, posteriormente, con el aumento de la capacidad de comprensión, asociación e integración de las experiencias dolorosas vividas hasta el momento y a lo largo del proceso que la crisis en sí conlleve.
La experiencia terapéutica es difícil de transmitir con palabras por el carácter vivencial intrínseco de la misma. Si bien, conocer en qué medida puede ayudar un profesional especializado puede ser clave a la hora de tomar la decisión de consultar, de abrirse a la experiencia de volver a confiar en otra persona –en este caso en un profesional- revirtiendo con ello el circuito negativo de sentimientos de desconfianza, frustración e impotencia consustanciales a la crisis misma ante no haber podido atravesarla con los recursos propios o del entorno cercano hasta el momento.
Dentro de un tratamiento personalizado y adaptado a las circunstancias y necesidades emocionales y de personalidad de la persona o pareja que consulta, destaco algunos aspectos, actitudes u objetivos que, de un modo u otro y de forma transversal, se encuentran presentes en este espacio terapéutico, de pareja o individual, creado tras el surgimiento de una confianza mutua entre los participantes, y que tiene como objetivo primordial minimizar el sufrimiento:
• Desarrollo de una actitud comprensiva en relación a los modos de reaccionar, defensivamente o de forma automática, ante situaciones que por un motivo u otro han desbordado a la pareja o a alguno de los miembros de la misma, lo que redundará en el desarrollo de una mayor capacidad para actuar con mayor libertad y flexibilidad.
• Reconocimiento explícito y valoración de cualquiera de los pasos o de los intentos de relación dirigidos a la resolución de los problemas que actualmente se presenta el vínculo.
• Atención a las necesidades que cada persona tiene y que se encontraban tapadas, silenciadas o no se era consciente de ellas quedando así en mejor disposición para atender y responder a las de otro.
• Construcción de un espacio de negociación donde tenga cabida las necesidades individuales y también las comunes teniendo en cuenta la realidad de la relación y la de de sus miembros evitando planteamientos irreales, incompatibles o defensivos.
• Desarrollo de la actitud de curiosidad por conocer qué tipo de pareja nació entre los dos, qué dinámicas estructuraron la relación configurando el campo del “nosotros”.
• La valoración de los pasos creativos que surgen para restablecer los rituales que ayudan a sentir viva la relación y que fortalecerán la identidad de la pareja que se ha visto dañada ante la crisis.
• Aumento de la capacidad de discriminación de las diferencias y las semejanzas entre los aspectos que son de la relación y los modos que tienen más que ver con relacionales anteriores o con los tipos de relación o apego que se aprendieron en la crianza; lo que supone una oportunidad para revisar experiencias que todavía no estaban del todo elaboradas y tomar conciencia de en qué medida eso impedía responder adecuadamente al momento presente.
• Prestar atención a las fortalezas, recursos y competencias que han servido para resolver problemas en otros momentos de la relación o de la vida de la persona, siendo un refuerzo de la autoestima.
• Invitación a incorporar vulnerabilidades, debilidades y defectos que hasta el momento no habían aparecido y que a pesar de que no sean los aspectos más deseables del otro, se han presentado como respuesta a una necesidad no resuelta.
• Exploración de formas más adecuadas de relación, reflexivas y no reactivas, que no impliquen un daño para la otra persona.
• Desarrollo de la conciencia, en relación a la propia responsabilidad en lo que sucede, del reconocimiento y la aceptación de los modos diferentes de responder y del abandono de posturas rígidas y orgullosas en pro de otras flexibles, reflexivas y humildes.
• Preparación de un espacio facilitador para que aflore de nuevo el deseo de estar juntos o se puedan tomar con más conciencia las decisiones necesarias para continuar la vida de forma separada si ocurriera que la relación ya no está viva.
El trabajo terapéutico facilita, tras generar un espacio de seguridad y confianza, la posibilidad de pararse y responder, reflexivamente y con más libertad, evitando las reacciones automáticas, de defensa y ataque, que dañan el espacio común no dejando ver la relación realmente, descuidándola e impidiendo que se desarrolle.
Un vez restablecida la seguridad de ser cuidados, tanto por el profesional que les atiende como por la pareja, será posible entender mejor las dinámicas, pensar más soluciones, aprender a gestionar las emociones de formas más adecuadas para, poco a poco, salir de la situación de bloqueo y sufrimiento; aumentando con ello las probabilidades de que se pueda restablecer el reencuentro en la pareja o que, si no fuera posible, se esté en mejores condiciones de abordar una separación y el consiguiente duelo.