Poder volver a confiar en otro, repara el daño sufrido
Cuando las personas han sufrido experiencias traumáticas significativas, sobre todo si éstas han sido llevadas a cabo por otro ser humano, se hace especialmente difícil poder sentir confianza y comprometerse en una relación de intimidad afectiva desde la que poder construir una pareja.
El trauma, como experiencia o hecho que estalla, colapsa la historia de la persona posicionándola en una situación de crisis que marcará el modo en que la persona se relaciona con los demás. Ante la experiencia traumática, la persona puede percibir que el mundo está fuera de su control, activarse imágenes negativas de sí, vivirse como indefensa, incapaz y necesitada. Debilitada su identidad quedan difuminados los límites entre ella misma y el otro. No ha sido vista, no ha existido, no ha sido tenida en cuenta; se produce una pérdida en la autoestima no considerándose valiosa. Tendrá, con todo ello, muchas posibilidades de situarse en un lugar de “no existencia” cuando se relacione con otro.
La riqueza y la diversidad de la vida –con los múltiples factores que influyen en el encuentro de dos personas que se atraen, desean y necesitan- dará lugar a que se constituyan parejas con una gama muy variada de confianza y de compromiso, de necesidades y deseos, desde las que poder transitar de forma nueva el dolor y la adversidad de las experiencias traumáticas. El contexto social y el modo en que este contexto ha ido influyendo en cada persona, harán que se entiendan y se vivan los acontecimientos traumáticos de una forma o de otra, incluso considerándolos o no como tales.
Tener una concepción congruente y consecuente sobre lo que es y no es un trauma, para ambos miembros de la pareja, ayudará a acoger, acompañar y comprender lo vivido facilitando su elaboración. Las concepciones, en relación al trauma, al menos no deben ser incompatibles, para poder entender al otro y que el otro se sienta entendido. El entonamiento entre ambos, en este campo como en otros, será muchas veces lo que va a dar lugar a que dos personas diferentes gusten de estar juntas.
La capacidad que tenga la pareja de poder contar y contarse lo ocurrido, de historiar, de acompañar y de acoger este acontecimiento traumático -vivido por uno de los miembros o por ambos-, será lo que perfile el devenir de la relación. El encuentro entre dos personas puede estar basado en el cumplimiento de determinadas funciones de forma más exclusiva, desde las reproductivas o las placenteras hasta las de cuidado o protección, o en otros factores más globales que permitan recorrer caminos con más independencia funcional. Diversidad y singularidad marcarán el devenir de cada recorrido como personas relacionales que somos.
La pareja, al ser ella misma una unidad de vida que otorga identidad a sus miembros, es uno de los sistemas relacionales que mejor pueden favorecer la elaboración de las vivencias traumáticas, entre otras cosas, por aportar un elemento de seguridad esencial que permite disminuir la vivencia de desamparo, consustancial a toda experiencia traumática, dando así la posibilidad de generar algo nuevo y que no estaba antes de que se diera el encuentro de dos.