Las emociones que surgen en los primeros encuentros amorosos pueden ser excesivas y resultar incómodas produciendo inquietud o miedo. Procurarse tranquilidad, darse tiempo, mantener la curiosidad y evitar prejuicios va a ayudar a disfrutar más del nuevo encuentro.
El contacto entre dos personas, para que sea satisfactorio, requiere de una aproximación gradual y tolerable para ambos. La satisfacción la dará el hecho de encontrarse.
Si esto es así para todas las actividades en la vida que queremos realizar en compañía, cuando lo que deseamos es compartir nuestra sexualidad, cuando lo que deseamos es disfrutar de las sensaciones placenteras que a través de nuestro cuerpo sentimos, al tocar y ser tocados, al acariciar y ser acariciados, este contacto, con acercamiento gradual, se torna si cabe más importante. Al compartir las posibilidades que a través del sentido del tacto –al que se unirán todos los demás sentidos- nos llegan, el ritmo en este acercamiento requiere de delicadeza, flexibilidad y sensibilidad, como si del aprendizaje de un nuevo baile se tratara, hasta llegar a adquirir confianza y tranquilidad. Es necesario darse el tiempo necesario para sentir y percibir, teniendo en cuenta que este tiempo varía en cada persona y en cada momento de la vida.
Los primeros encuentros eróticos que tiene una pareja están llenos de emociones. Este conjunto de emociones puede ser vivido como algo cargado de ilusión y agradable o percibirse con cierta inquietud y nerviosismo. Todo el cuerpo se pone en juego antes, incluso, de ser tocado. El deseo y la atracción por el otro hacen que se vaya anticipando el encuentro y que el cuerpo se vaya preparando para él. De este modo todo el sistema neurovegetativo se pone en marcha y percibimos señales que nos lo indican, como por ejemplo, el nudo en el estómago, el sentir la piel sonrojada o más sensible, el aumento de la energía o del calor corporal, etc.
Todas ellas son respuestas del cuerpo ante lo nuevo, ante la posibilidad de conocer un nuevo cuerpo y de tener una nueva experiencia con ello; avanzando en el desarrollo de la relación. Es, por lo tanto, normal que cada miembro de la pareja sienta una cierta inseguridad si la percepción de estas sensaciones –a veces, claras y otras difusas- le resultan desconocidas, intensas o extrañas. ¿Nos entenderemos? ¿Deseará también el otro este encuentro? Un cierto grado de incertidumbre va a estar presente siempre.
Cuando se trata de “la primera vez” que se tiene intimidad corporal con la persona por la que se siente atracción es normal que aparezcan ciertos temores. Con el primer amor, en nuestra juventud temprana o adolescencia, vivimos estas inquietudes, de un modo u otro; y así nos pasará todas las veces que en la vida nos volvamos a “enamorar” o sintamos atracción y deseo sexual por un otro, tengamos la edad que tengamos y hayamos vivido más o menos experiencias amorosas.
De nuevo, en nuestro cuerpo, vamos a volver a sentir un variado abanico de emociones, apoyadas en sensaciones fisiológicas, que van a ser vividas con mayor o menor contradicción al poder resultar más o menos agradables o desagradables para cada uno en este momento. Entramos en un baile nuevo y por lo tanto fuera de nuestro control, en donde nosotros damos pasos y la otra persona nos sigue, acompasándolos; o bien, se espera para seguirnos o proponer un nuevo movimiento.
Cuando nace una nueva relación amorosa, si la persona ha tenido buenas experiencias, si éstas han sido cuidadosas, es más fácil que se tenga más seguridad y confianza y que estas emociones, que crean cierta inquietud o inseguridad, sean más leves y tolerables.
En estos primeros acercamientos, es normal que los encuentros eróticos, al ser novedosos, tengan algunos elementos sorpresivos. No es tiempo de evaluar sino de sentir lo que ocurre sin darle una importancia excesiva. Todo es nuevo y, por lo tanto, la expresión de la respuesta sexual puede verse alterada: los tiempos en que se manifiesta el deseo, la excitación o el orgasmo pueden variar en relación a lo vivido anteriormente. Las emociones ante la nueva experiencia pueden producir cierta ansiedad normal y activar el sistema de atención general ante el nuevo contacto, ante la nueva piel, ante el cuerpo de la persona con la que queremos bailar, encontrarnos y amar.
Estos encuentros amorosos suelen estar llenos de pasión, de emoción y de excitación y ser muy satisfactorios. Tener una actitud abierta y no tener prisa en que sucedan las cosas va a ser positivo para descubrir cómo cada cuerpo se va a ir acoplando con el otro, buscando esa nueva danza que se va a producir entre los dos y que no existía anteriormente.
El deseo de compartir la sexualidad requerirá de un desarrollo y de un tiempo para ser bailado y desplegado cual bailarines o pájaros con sus alas al viento… Requerirá de un diálogo creado por la pareja, diálogo que se habrá nutrido y se nutrirá del resto de los aspectos a compartir en la vida cotidiana: paseos y viajes, cines y conciertos, cenas y comidas, actividades en común y actividades individuales, en coordinación. De tal modo que el baile o la danza de los encuentros y de los contactos va a ir dándose con distintas músicas y en distintos contextos. Todo un descubrimiento que no se agota, que siempre es diferente y cada día tiene sus variaciones.
Si a la atracción y al deseo entre dos personas –tanto si la elección es heterosexual como si es homosexual- le sumamos el deseo de compartir y de cooperar en el resto de los aspectos de la vida iremos construyendo un proyecto que si es compartido dará lugar a una nueva pareja.